martes, 25 de diciembre de 2012

Grupo Investigación: Para una práctica entre varios
28 de Noviembre de 2012

Comentarios en torno a la presentación del caso de Marie-Françoise de Rosine Lefort.
Presentación realizada en el ICF a cargo de Eduard Fernández
Marie-Françoise es una niña de dos años y medio,  abandonada a los dos meses de edad, Rosine Lefort  la atiende durante dos meses en la institución donde estaba acogida, el propósito de su trabajo es hacer un estudio sobre los niños hospitalizados.  Rosine Lefort  describe de forma minuciosa la fenomenología que presenta esta niña así como la evolución durante el tiempo del tratamiento.
Comentario sobre la posición de Rosine Lefort :
La posición de Rosine es de espera, dado que  en esta niña no  hay demanda,  ella  se coloca una posición pasiva: “tengo que estar presente y no hacer nada” p. 259
 Relacionado con esta posición se discute sobre la escena de la tercera sesión, donde Marie- F. entra en crisis por la imposibilidad de demandar, se encuentra delante de la comida: “comienza una escena sumamente penosa….se muere de ganas de comer ese arroz con leche, no puede hacerlo, y su angustia no se hace esperar….Hago oír el sonido de mi voz para romper esa tensión insostenible”, pone la voz como un signo de presencia del analista. A pesar de la posición pasiva podemos decir que R. Lefort sigue la indicación de Lacan “hay algo para decir al niño autista”.
Impresiona la minuciosidad y el tacto en sus intervenciones, para esta niña la cuestión de la alimentación no era cualquier cosa, como recuerda Rosine,  pág. 258: “Marie-Françoise se hizo bulímica después de haber sido anoréxica…lejos de ser una simple inercia, es un rechazo completamente activo”.
El niño autista y el Otro
Para el niño autista el Otro no está agujereado, es Otro sin falta, real,  y no puede construir otro simbólico. Marie-Françoise hace el intento de construcción, intenta extraer  un objeto del cuerpo del Otro, por ejemplo cuando le quita las gafas a Rosine, pero está operación no acaba con éxito.
En el autismo si el agujero no está en el Otro, eso se vuelve contra el sujeto mismo pudiendo llegar a auto mutilarse, por la necesidad de agujerearse a sí mismo: o agujerea al otro, o bien, se agujerea él mismo. Necesitan introducir una falta, una perdida para tranquilizarse, ya que en lo real no falta nada una manera de provocar esta falta es posicionarse haciendo semblante de división.
En la página 259 leemos: “la interpretación que se mantiene en el registro simbólico de la carencia alivia al niño”. Se tratará de no interpretar el objeto sino la falta, interpretar el objeto puede producir efectos persecutorios.
Lo que plantea Rosine Lefort  es la no respuesta a nivel del objeto y en cambio sí dirigirse a la falta.
Marie Françoise pasa de un estado indiferenciado a una humanización, para ella el Otro está ausente ella está en lo real más absoluto,  necesita agujerearlo para aliviarse de ese real. Rosine Lefort al colocarse en falta le permite esta operación, en la página 317 leemos: “es como si por un breve instante hubiera percibido que con mis gafas me hizo perder algo, pérdida que es también suya, y cuya responsabilidad me imputaría, al tiempo que la niega”. Cuando se da la extracción  de un objeto, el objeto pasa a ser un significante.
Pero finalmente Marie Françoise fracasa en su intento de provocar una falta  en el Otro. Se ve bien en este caso la falta de un significante primordial, un S1, de esta forma lo real se despliega sobre sí mismo y no hay operación metafórica.
¿Hacia dónde evoluciona el autismo? Se comentan diferentes opiniones, Maleval dice que el autismo evoluciona hacia el autismo, porque se mantiene la defensa.
Anny Cordié, da cuenta de un caso Sylvie, una autista de alto nivel donde muestra más bien lo contrario, no hay un límite en esta evolución, siempre hay algo para hacer, para decir.
Finalmente, no podemos guiarnos por la lógica del todo, ya que esta escapa a la singularidad del caso.

martes, 4 de diciembre de 2012

Presentación del caso Marie Françoise de Rosine Lefort

  
Caso de Marie Françoise, Rosine Lefort

Introducción
El caso de Marie Françoise es el segundo que Rosine Lefort, con la colaboración de Robert Lefort, trabaja en su libro de El nacimiento del Otro, dos psicoanálisis, Nadia, 13 meses, Marie Françoise, 30 meses. Rosine escribe, tras cada sesión, el desarrollo de la misma en su diario de campo. A través de la escritura, consigue ordenar algo de aquello que queda fuera de sentido en la  contingencia de cada encuentro con el sujeto autista. Además, describe con precisión no sólo la fenomenología del autismo sino la evolución del sujeto a lo largo del tratamiento. Sin embargo, no será  hasta mucho después (las sesiones tienen lugar en el 1952 y el libro aparece en 1980) que Rosine reescribirá lo anotado en su diario a partir de las enseñanzas de Lacan.   
En cuanto a Marie Françoise, se trata de una niña abandonada por su madre a los dos meses de edad. Hasta los diez meses está en la “casa-cuna”  pero su precaria salud conlleva varias hospitalizaciones (algunas de meses) anteriores a su ingreso en la institución “Parent de Rosan” donde la atiende Rosine Lefort. Su tratamiento se inicia el 30 de septiembre de 1952 y finaliza el 24 de noviembre del mismo año. Es decir, dura alrededor de dos meses, y se sitúa en el contexto de un estudio en relación a las consecuencias que el síndrome del hospitalismo tiene sobre los niños de corta edad. 
Sin embargo, el tratamiento finaliza prematuramente y poco sabemos del desarrollo posterior de Marie Françoise. Rosine Lefort acaba la elaboración del caso con un tono pesimista: “En ausencia de relación con el Otro –infortunadamente la interrupción prematura del tratamiento nos priva de lo que hubiera llegado a ser de esta relación-, su cuerpo está realmente agujereado, y ella no ha podido hacer otra cosa que negar ese agujero, buscando en el campo de lo escópico, al doble que lo obturaría. Que yo no esté agujereada para ella, o que lo esté realmente, en todo caso no le permite articular una estructura en el campo del significante.  Para ella el mundo está realmente agujereado, y el espejo es solo un cristal donde ella y yo seguimos en un espacio real irremisiblemente separadas, aún cuando ese cristal entre ella y yo haga presente en el horizonte algún espejo.[1]
No obstante, leyendo el trabajo realizado por Rosine, uno tiene la sensación de que se producen ciertos encuentros que permiten observar un claro progreso respecto a la posición inicial de Marie Françoise. Si bien es verdad que el intercambio de significantes entre ambas se mantiene muy pobre, hay una mejora  substancial en cuanto a la fenomenología autista inicial.
Diagnóstico
            Marie Françoise presenta el siguiente cuadro clínico:
1.    Mirada extraviada.
2.    Contactos con los otros (sean niños o adultos) completamente inexistente. En cuanto a los objetos, entra en contacto con ellos sólo mediante el dedo índice y la nariz.
3.    No habla.
4.    Su motricidad se reduce a desplazarse sobre el trasero. Sólo anda si alguien la sostiene pero suele negarse a ello.
5.    Balanceo que afecta todo su cuerpo pero que a veces  restringe a sus brazos o a su cabeza.
6.    Violentos  ataques de cólera: se golpea la cabeza contra el suelo y emite fuertes gritos.
7.    Si bien el electroencefalograma es normal, tiene crisis nocturnas que presentan los siguientes rasgos: “rechinamiento de los dientes, crispación en el rostro, gritos, flujo de saliva y ojos en blanco[2].
8.    Antes padecía de anorexia y ahora padece de bulimia. 
Después de saber que Rosine sería quien trataría a Marie Françoise, se ponen sobre la mesa los diagnósticos de autismo y esquizofrenia.  Sin embargo, viendo el cuadro clínico que presenta la niña, se opta por el primero de ellos, sobre todo por lo que respecta a los ataques de cólera y a su inexistente interés por el entorno y por los demás.

La falta de agujero en el Otro y primera posición del analista: la pasividad.
Marie Françoise se presenta en las primeras sesiones con rasgos autísticos muy marcados: la no correspondencia de la mirada con los otros, un balanceo constante, mutismo y ataques de ira frecuentes. En resumen, hay una ausencia completa del Otro que sólo hace acto de presencia como un  Otro invasivo que provoca reacciones violentas por parte de la niña. Así pues, el Otro o no está (ausencia absoluta) o cuando está, lo está como amenazante.  Ya en el inicio de la primera sesión la niña da muestra de ello: “Bruscamente arroja el auto, se levanta sin apoyarse en los bordes de la cama, tan grande es la agresividad dinámica que le empuja hacia mí. Me golpea una vez en la cabeza riéndose, y después, enderezándome la cabeza, me da una bofetada magistral, con el brazo muy extendido, sin la menor huella de inhibición.[…] Una vez que ha comprobado mi sonrisa de comprensión, me da cinco bofetadas, todas igualmente magistrales y bien aplicadas. Está frente a mí, y se sostiene solamente con una mano que ha apoyado en mi hombro”[3].
La ausencia real del Otro impide a Marie-Françoise  en un primer momento cualquier tipo de demanda dirigida a él.    ¿Por qué? Pues porque tal ausencia impide agujerear a este Otro y, en consecuencia, extraer de él el objeto. Sin la mediación del objeto no hay nada en la niña autista que le permite dirigirle una demanda a este Otro. Como mucho, podrá encarnar un objeto real pero no llevará consigo ese objeto necesario para que se establezca algo de la transferencia.
En este sentido se inscribe la escena de la tercera sesión, la del 3 de octubre, en la que Marie Françoise padece una crisis muy fuerte ante la imposibilidad de articular una demanda hacia Rosine para que le sirva la comida que hay en el plato:
Lentamente su interés se centra en el plato de arroz con leche que está en el suelo. Tira los bombones para mirar sucesivamente al plato y a mí; pero se sustrae de nuevo a su emoción-deseo: toma el muñeco, lo oprime contra su nariz por unos segundos, después lo tira.
Vuelve a ponerse de pie, y apoyándose con las dos manos en el borde de la mesa inclina la cabeza entre sus brazos separados, acercándola cuanto puede al plato, haciendo ruidos con los labios.
Busca otro derivativo: al ver los pasteles se pone de cuclillas, los recoge, me vuelve la espalda para pellizcar un trozo, después los arroja violentamente lejos de ella. Se vuelve hacia la mesa, vuelve a ponerse de pie y me da a entender que debo poner el plato ante ella sobre la mesa.
Entonces comienza una escena sumamente penosa, que no tardará en volverse insostenible. Ella que padece bulimia y que se muere de ganas de comer ese arroz con leche, no puede hacerlo, y su angustia no se hace esperar. No comprende esta reacción, tan nueva para ella. Se mantiene de pie ante el plato, devorándolo con los ojos. Incluso acerca mucho su rostro. Sus ojos están dilatados por el deseo, sus manos crispadas sobre el borde de la mesa, y hace ruidos de succión muy sonoros. De vez en cuando vuelve el rostro hacia mí, con los ojos extraviados y un grito de auxilio, pero vuelve a contemplar el plato.
Su tensión es tan grande que se echa a temblar violentamente, con los brazos crispados. Retrocede, recoge los bombones, se vuelve a incorporar, y siempre frente al plato pero lejos de la mesa se crispa sobre los bombones, con uno en cada mano, y sus brazos casi tienen una crisis convulsiva. Esta crisis gana todo su rostro, que levanta hacia el techo con los párpados cerrados, la boca abierta sobre un grito que no sale[4].
Estas dos escenas en las que Lefort muestra una posición pasiva (la de las bofetadas y la de no acceder a dar de comer) junto con la observación de los profesionales del centro de la gran mejoría de Marie Françoise en solo tres sesiones, es la que empuja a la primera a dejar por escrito en la sesión del 4 de octubre la importancia de su posición como analista: “Dado que las enfermeras y el médico señalan en ella un cambio, y la encuentran mucho más atenta y dinámica, ceo que su comportamiento en la sesión y la evolución de su comportamiento desde el principio se resume así: estableció conmigo un contacto poco profundo, pero ha adquirido una certeza muy sólida de mi pasividad; una cosa y otra le permiten vivir su mundo interior, en parte segura de mi no intervención y en parte un poco protegida por mi presencia.”[5]
Problemática de la transferencia y segunda posición del analista: presentarse en falta.
Lacan destaca que, a diferencia del objeto de la necesidad (es un objeto presente que una vez saciado anula el circuito correspondiente) el circuito pulsional sigue una lógica distinta.  Lo esencial en él es que es un circuito circular que bordea el “objeto a” para seguidamente volver a su punto inicial. Es decir, aquí el objeto debe entenderse no como un objeto presente, sino justamente como un objeto  faltante cuyo contorno viene delimitado por el circuito pulsional.
Siempre que la trasferencia entra en escena, es porque hay algo de la articulación entre la pulsión, el objeto y el Otro. En el caso de la neurosis, si el analista hacia semblante de “objeto a”, es justamente para poder ser investido libidinalmente  mediante la transferencia como objeto substitutivo  y entrar así en el circuito pulsional del analizante.
Evidentemente, en el caso del autismo, esto es imposible puesto que el Otro no está agujereado y, por lo tanto, no hay manera de extraer de él ningún objeto. En consecuencia, ¿cómo puede la demanda pulsional del autista engancharse a ese Otro? La respuesta de Rosine Lefort en el caso a estudiar es muy clara y se fundamenta en la misma posición adoptada por la analista: presentarse en falta para que el niño autista pueda extraer algún objeto del cuerpo real de ella que sirva como medio de satisfacción ante su goce completamente desregulado.
Es complicado entender cómo puede suceder esto si Lefort encarna para  Marie-Françoise un Otro real. Sin embargo, ella destaca en la sesión del 25 de octubre una escena que nos puede servir de gran ayuda:
Este fracaso la conduce por último a dirigirse a mis gafas, que en última instancia podrían desempeñar la función de un objeto que ella quisiera sacarme, lo que haría de ese objeto un significante. Ahí reside probablemente todo el esfuerzo que hace para seguirme en lo que le digo y que ella comprende muy bien, si es que cabe decirlo así, como es clásico advertir que los pequeños psicóticos comprenden entre comillas todo lo que se les dice. ¿De qué comprensión se trata por aparente que sea? Marie-Françoise nos lo dice cuando me muestra mis gafas, las golpea, las arroja y las abandona para apoderarse del muñeco, ponerlo contra a su ojo y ponerse a rugir contra mí. Es como si por un breve instante hubiera percibido que con mis gafas me hizo perder algo, pérdida que es también suya, y cuya responsabilidad me imputaría al tiempo que la niega radicalmente, rellenándola mediante el muñeco que coloca contra su ojo. El muñeco es lo Real, es su doble que la defiende contra el significante del objeto de mi cuerpo[6].
Así pues, la extracción de un objeto del Otro real (en este caso las gafas) permite de alguna manera agujerear a ese Otro. Con el Otro real agujereado y con este  nuevo objeto extraído de él ocupando el lugar de un objeto medio de satisfacción pulsional se podrá instaurar algo de la transferencia. Resumiendo, es agujereando al Otro mediante la extracción de un objeto (las gafas) que se puede hacer existir a éste de alguna manera permitiendo integrar a Marie-Françoise en el circuito pulsional.
En consecuencia, la transferencia que se establece en la neurosis no es aquí operativa puesto que en el autismo el Otro simbólico no es supuesto para el sujeto. Solamente mediante la extracción de algún objeto del Otro real podría darse el caso de un cierto agujereamiento que permita un cierto vínculo entre el sujeto autista y el analista.
El caso de Marie Françoise es muy significativo al respecto. Mediante la extracción de objetos de Rosine (en este trabajo se ha estudiado el ejemplo de las gafas pero algo semejante se produce con un lápiz, con el pelo,…) se produce un giro sustancial en su posición. El hermetismo o la relación destructiva con el Otro inicial va dejando paso a nuevos encuentros donde este Otro es experimentado de manera cada vez menos angustiante. Las miradas o las palabras dirigidas a este último son un buen ejemplo de ello.

Conclusión
En las primeras sesiones, el Otro real de Marie Françoise no está agujereado, se presenta como completo, de manera que no hay la posibilidad de extraer ningún objeto de él que satisfaga su exceso pulsional. Es para ella un doble no mediado por ningún objeto y sin objeto la única manera de satisfacerse que tiene la pulsión es por la vía de la destrucción (pulsión de muerte).
Pero la posición adoptada por Rosine (la pasividad y posicionarse en falta) permite una articulación con un Otro menos invasivo a quien de alguna manera se puede agujerear con todas las consecuencias que esto implica. . Es un proceso lento, con sus avances y retrocesos, pero poco a poco los gestos y la mirada de Marie Françoise se humanizan. Es sorprendente el cambio operado en tan sólo dos meses de tratamiento, a pesar de la interrupción de este último. Finalmente, la niña  acaba por poder realizar un llamado a ese Otro hasta el punto de dirigirle una demanda pulsional  inexistente en un inicio.

Eduard Fernández Guilañá





[1] Lefort (1980), p. 370.
[2] Lefort (1980), p. 243.
[3] Lefort (1980), pp. 245-246.
[4] Lefort (1980), p. 247-248.
[5] Lefort (1980), p. 249.
[6] Lefort (1980), p. 317.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Un clivaje en la experiencia, hacía una práctica entre varios


En Febrero de 2011 Erick González haría el enfasis en algunos puntos sobre la investigación para una práctica entre varios que hoy se hacen perentorios recordarlos para seguir la conversación. 
Anexamos el link a la revista virtual NODVS del Instituto del campo Freudiano donde puede leerse. http://www.scb-icf.net/nodus/contingut/article.php?art=419&rev=51&pub=1

 Esta una pequeña muestra de  su interés:

"¿Desde dónde se interpreta? Aquí Miller subraya el viraje que implicó la última época de Lacan con respecto a esta cuestión. La transferencia no es una consecuencia del Sujeto supuesto Saber, el Sujeto supuesto Saber es una consecuencia de la transferencia: “lo que hace existir al inconsciente como saber es el amor”. Para lograr la mediación entre los Unos solos ha de entrar el amor en juego, introducir la idea de la intencionalidad, crear la sospecha de que el S1 podría enlazarse con un S2. Este amor, que no es amor a la verdad, es transmitido desde el lugar del agente por el amor al propio inconsciente. De allí la cuestión de pensar una institución practicada por analizantes."

lunes, 19 de noviembre de 2012

Notas de la presentación del caso Roberto

  
Comentario en relación al caso de “El niño lobo” presentado por Begoña Ansorena

Se destacó en el inicio de la reunión como el trabajo de Begoña plasma muy bien ciertos puntos que orientan el debate en el grupo de investigación: la presencia de la institución clínica del caso, los conceptos teóricos que surgen en este último, la lógica del caso mismo y la posición del analista en relación a él.
En primer lugar, se comentó la importancia del  espacio donde suceden las sesiones. No solamente por caracterizarse por tres lugares claramente diferenciados, sino porque es justamente cuando se produce un vaciamiento del espacio principal (el despacho) que se producen los encuentros contingentes más interesantes. Se remarca este punto por las posibles implicaciones que esto puede tener en el trabajo realizado por los miembros del grupo de investigación en las instituciones correspondientes.
  En cuanto a la posición del analista, el caso permite destacar como Rosine Lefort no se deja mover por su imaginario. No se presenta con un saber que intenta imponer a Robert sino que en todo momento extrae un saber de las mismas sesiones que tiene con este último. En términos filosóficos, tal saber no aparece a priori sino siempre a posteriori.  De hecho, este saber extraído a partir del trabajo con niños autistas tuvo efectos para la misma Rosine en su análisis y son los que la llevaron a poder realizar su pase.  Esta posición de la analista de no situarse como garante de un saber que el niño desconoce, ese  borramiento de su presencia en las sesiones, es lo que permite justamente a Lefort  posicionarse como objeto dinamizador a lo largo del tratamiento.
Este hecho se observa muy bien en el caso de “El niño lobo”  cuando emerge el significante “lobo” (“le loup”). Ignoramos en un primer momento el sentido y la importancia que éste tiene para  éste último, pero justamente es a partir de este significante que el sujeto puede unirse de alguna manera a la comunidad de los seres hablantes e iniciar una cierta dialéctica con Rosine que implicará rápidamente una mejora.  Tal desconocimiento por nuestra parte de su significación lo plasma claramente el extracto del texto enviado por Begoña: “Si nos contentamos con poner en contigüidad su “lobo” con una experiencia como esa, admitiremos entonces que se trata para Roberto con una significación relacionada nada más que con un miedo, con un miedo a un “vozarrón” o a ser devorado. Pero no aparece nada semejante a ese “lobo” si seguimos esa vertiente imaginaria de la significación. Si nos referimos por otra parte a la irrupción de su “lobo” en el momento en el que siente terror de que se vierta su pipí, entonces somos nosotros quienes inyectamos este significado del significante lobo por la lectura de sus reacciones, pero nada puede sostener el vínculo intrínseco, tanto más cuanto que no se trata de una cadena de significantes, del significante “lobo” y del significado: pipí vertido-deyección”.
  Lacan destaca como  la ruptura de la cadena significante se manifiesta aquí con el aislamiento de un solo significante, “el lobo” (“le loup”), como encarnación también del superyó. Este significante del superyó está también en el mismo texto de la página 50 y creó en la reunión un cierto debate. No se trata del superyó freudiano, sino de cómo lo entiende Lacan en su seminario I (el significante “lobo” entendido como una palabra reducida literalmente a un “truñón” como encarnación del superyó). Es decir, como un enunciado discordante cuya ley el sujeto desconoce, como una voz que se enuncia en contra del sujeto. Es un significante fuera de discurso, aislado de la cadena significante y, como comentamos al inicio, opaco en cuanto a su significación. Este significante de “lobo” también es una buena muestra de lo que Lacan afirma, en el Seminario II, al destacar la petrificación  del lenguaje en el autismo bajo un significante.
En relación a la voz, surgió una pregunta que deberá ser trabajada en las próximas sesiones y que hace referencia también al comentario de Lacan de que Robert no es un niño deficitario sino alucinado: ¿Cómo explicar esta vertiente de la encarnación superyoica ante la problemática relación del sujeto autístico con el lenguaje y, en concreto, con el objeto voz? Y, paralelamente, ¿es posible hablar de alucinaciones auditivas en el autismo por los mismos argumentos comentados en la pregunta anterior?   
Finalmente, en cuanto a la lógica del caso, en el debate también se incidió en el intento de castración real por parte de Robert. El inconsciente implica siempre pasar por la alienación y la consecuente representación del sujeto en el campo del Otro. Esto produce una pérdida  que pone en marcha una apertura puesto que  este último irá a buscar con la pulsión un objeto que supla esta pérdida. De ahí que cuando hay algo del lenguaje que se mueve aparece el intento de taponar algo con el objeto. En consecuencia, una vez entrado en el lenguaje observamos una lógica, con unas leyes propias, que no son las de la biología sino las propias leyes del lenguaje. Esta lógica de los fenómenos aparentemente no relacionados aparece claramente en Robert cuando una falta de castración simbólica se traduce en un intento de castración real.   
Eduard Fernández

sábado, 17 de noviembre de 2012

Caso "Roberto" de Rosine y Robert Lefort

 

ESPACIO DE LECTURA

Grupo de Investigación para una Práctica entre Varios


Begoña Ansorena Anza
Espacio de lectura
GI para una Práctica entre Varios
Barcelona 7 de noviembre 2012

 
Caso Roberto.              
¡EL LOBO! EL LOBO!
De Rosine y Robert Lefort.

INTRODUCCIÓN

(Un poco de historia)

“Los Lefort” como se les conoce en los círculos psicoanalíticos lacanianos, son una de esas parejas que han contribuido a la teoría y práctica del psicoanálisis enriqueciendo sus desarrollos personales a través del criticismo mutuo.

Robert Lefort trabajó con Maud Mannoni en Bonneuil y publicó con ella reflexiones psicoanalíticas en la práctica clínica en instituciones. Rosine Lefort, trabajó primero con Janny Aubry en un orfanato y fue allí- mientras se analizaba con Lacan- donde condujo el análisis de tres niños pequeños: Nadia, Marie-Françoise y Robert cuyos tratamientos dieron nacimiento a dos libros, Nacimiento del Otro, , Barcelona, Paidós, 1983 y L’Enfant au loup et le Président, Paris, Le Seuil, 1988.
Ambos libros fueron el resultado de varios años de seminarios en la Sección Clínica del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad Paris VIII. Estos seminarios también condujeron a la fundación del Cereda, (Centre d’Étude et de Recherche sur l’Enfant dans le Discours Analytique) institución que funciona desde 1983 en Paris. A partir del principio de que “el niño es un sujeto de pleno derecho” se creo en 1992 la NRC en la que se incluye tres diagonales, la francófona, hispanófona, y americana que permanentemente convoca seminarios, congresos y encuentros y que promueve las publicaciones de psicoanálisis con niños.

Desde El nacimiento del Otro (1980) a La distinción del autismo (2003), Robert Lefort desarrolló con Rosine, una obra centrada en el tratamiento de sujetos para los que "no hay Otro". Habían llegado a poner ese "no hay Otro" en tensión con "la inexistencia del Otro" en la civilización. En esa perspectiva, postulaban una "estructura autística" que sin presentarse como un cuadro del autismo propiamente dicho, lo evoca por sus elementos estructurales dominantes y muy netamente marcados. Esta estructura sería la cuarta entre las grandes estructuras: neurosis, psicosis, perversión, autismo".[1]

Rosine y Robert Lefort, estuvieron dos veces en Barcelona en 1986 y en 1990 con motivo de unas Jornadas sobre psicoanálisis con niños de la red Cereda, transmitiendo no solo, los referentes a la clínica del objeto y al trabajo analítico  de la clínica con niños psicóticos, sino también la cuestión de la formación de los analistas.

T. Vicens recuerda aquellas visitas y dice: “Nos hicieron sentir que la presencia que nos era ofrecida en esas jornadas era la misma de que habían gozado el niño del lobo, Nadia o Marie-Francoise; pero también la que ella, Rosine, había encarnado frente a Lacan, quien le había indicado el buen uso del sentido nuevo que ella descubría.”[2]

En este sentido, voy a destacar unos párrafos de la entrevista mantenida con Judhit Miller y publicada en el último Freudiana. A propósito de su análisis dice: “la institución de un imaginario fue importante. La psicosomática me había seguido casi desde siempre: me había servido desde los diecisiete hasta los veintisiete años. En el momento en que el médico me dijo que ya no estaba enferma, perdí todo apoyo y empecé un análisis. Tenía entonces veintisiete años, venía de pasar diez años en la cama, enteramente enyesada”.[3]

Bien, rescato este punto de “la institución de un imaginario fue importante” porque veremos cómo en la cura de Robert hay todo un trabajo por parte de la analista en instaurar un imaginario en Robert, mediante el anudamiento particular de lo simbólico que ella encarna y lo real.

Otro momento de la entrevista dice: “Durante los ocho meses pasados con Lacan sin poder decir una palabra, estaba aterrorizada por ese agujero en torno al cual no podía poner ninguna palabra; ese mismo agujero, lo encontré en los niños.”[4]

Me parece importante destacar la articulación entre la analista-analizante Rosine. Aunque no es el objetivo de este trabajo, la investigación que he realizado, me ha llevado a corroborar la estrecha relación existente  de este binomio en Rosine Lefort. Este binomio analista-analizante se refleja en el abordaje y tratamiento de los casos con su propia experiencia analítica. Se palpa la tensión existente entre los efectos de la misma como analizante y su posición en la clínica de los casos, como analista. Se trata de un rastro que no es fácil de seguir en otros casos, y aquí aparece en primer plano, es decir con una franqueza y claridad inusual, por eso lo señalo.

Sobre el caso Robert, existe abundante material. Lacan en el Seminario I, Los escritos Técnicos de Freud en su clase del 10 de marzo de 1954 nos presenta a su alumna Rosine Lefort, para hablar del caso Robert.
Mas adelante,  en 1984, se publica en Clinica bajo Transferencia algunas sesiones llevadas a cabo por los Lefort sobre este caso, y más tarde en 1988 se publica L’Enfant au loup et le Président, Paris, Le Seuil, 1988, en el que establecen un paralelismo entre la psicosis de un niño y la psicosis de un adulto, y que J.Alain Miller hará un comentario del caso Roberto dando lugar al artículo “La matriz del tratamiento del niño del lobo”[5].

Dada la abundancia de material del caso, he elegido algunos momentos del tratamiento, momentos de transformación que me parecen cruciales en la cura de Robert:

1.- Episodio de la mutilación

2.- ¡El Lobo!-El rito propiciatorio

3.- Auto-bautismo


Tomando el esquema de Miller que hace en “La matriz del tratamiento del niño del lobo” tenemos:

            Estado inicialestado final
                                                Caja
                                                Negra
                                              (El libro)


teniendo en cuenta que en el estado inicial, según el dicho de una enfermera a Rosine fue: “con este niño es un infierno” y en el estado final el comentario fue: “realmente este niño es adorable”. En las conclusiones del libro, se detalla que este niño que estaba destinado al asilo en los años 1950 pudo ser ingresado en una institución médico-educativa, familiar, y que el tratamiento cambió su destino.

 

ROBERT:  episodio de la mutilación.


En las notas que toma Rosine dice: ”Robert nació el 4 de marzo de 1948. Su historia fue reconstituida trabajosamente, y si los traumatismos sufridos pudieron conocerse fue, sobre todo, gracias al material aportado en las sesiones.”

Aquí tenemos una afirmación clara de la posición de Rosine como analista. No presupone nada sobre el alcance de los acontecimientos, no se deja sugestionar por lo imaginable, sino que extrae su saber del trabajo en las sesiones con el niño.

Voy a leer algunos datos de su historia clínica para que tengan una idea del caso:

Padre desconocido. Su madre internada por paranoica. Lo tuvo consigo hasta los cinco meses, errando de casa en casa. Desatendió los cuidados esenciales llegando incluso a olvidar alimentarlo. Debían recordársele sin cesar los cuidados que requería su hijo: aseo, alimentación. Se demostró que el niño estuvo desatendido hasta el punto de sufrir hambre. Debió ser hospitalizado a los cinco meses en un estado avanzado de hipotrofia y desnutrición.

Apenas hospitalizado, sufrió una otitis bilateral que requirió una mastoidectomía doble. Fue alimentado con sonda a  causa de su anorexia. A los nueve meses fue devuelto casi por la fuerza a su madre y a los once en un estado marcado de desnutrición será definitiva y legalmente abandonado, sin haber vuelto a ver a su madre.

Desde esta época y hasta los tres años y nueve meses, el niño sufrió veinticinco cambios de residencia, pasando por instituciones de niños u hospitales, sin habérsele colocado nunca con una familia adoptiva propiamente dicha. Estas hospitalizaciones fueron requeridas por sus enfermedades infantiles. Se destacan evaluaciones sanitarias, médicas que indican profundas perturbaciones somáticas y cuando lo somático mejoró, deterioros psicológicos. La última evaluación, cuando Robert tenía tres años y medio, propone una internación que sólo podía ser definitiva, por un estado parapsicótico no francamente definido.[6]

De esta manera, con tres años y nueve meses, llegó a la institución donde Rosine comienza su tratamiento.

Posteriormente en notas tomadas por Rosine en la primera fase destaca: Desde el punto de vista pondo-estatural, se hallaba en muy buen estado. Desde el punto de vista motor, marcha pendular con gran incoordinación de movimientos, hiperagitación constante.

El lenguaje tenía ausencia total de habla coordinada, gritos frecuentes, risas guturales y discordantes. Entraba en la habitación corriendo sin parar, aullando, saltando en el aire y volviendo a caer en cuclillas, cogiéndose la cabeza con las manos, abriendo y cerrando la puerta, encendiendo y apagando la luz.

Los objetos los tomaba o bien los rechazaba o los amontonaba sobre Rosine. Lo único que pudo sacar en claro de estas primeras sesiones es que Robert no se atrevía a acercarse al biberón, soplaba por encima. También tenía un interés por la palangana que llena de agua ,parecía desencadenar una verdadera crisis de pánico.

Hacía el final de esta fase preliminar, durante una sesión después de haber amontonado todo sobre Rosine en un estado de gran agitación, salió a toda velocidad, y en lo alto de la escalera, que no sabía bajar solo, Rosine le oyó decir, con tono patético, con una tonalidad muy baja que no le era habitual, “mamá”, mirando al vacío. Esta fase, termina una noche, que después de acostarlo, de pie en su cama, con tijeras de plástico, intentó cortarse el pene ante los otros niños aterrorizados.[7]

Vemos enseguida la importancia primordial que toma la primera fase del tratamiento, en este episodio de la mutilación en el siguiente esquema:

             a                     S2                    $
                       
            J                      S1                    C

            Esquema de la transformación 


Empieza por un simulacro de mutilación efectuado por el sujeto sobre su propio cuerpo y precisamente donde se encuentra su pene. Desde el principio del tratamiento, se hace un llamamiento a una barra que habrá que situarla no en cualquier sitio. Podemos llamar a esto una castración en lo real. Y aquí, nadie pensará que juega a cortarse el pene porque ha leído a Freud. Considero este caso como una verificación del psicoanálisis. [8]

¿Cómo se obtiene la transformación? Es sin duda el objeto de un debate futuro, pero suponemos que se deduce la introducción, en el mundo del paciente, de un elemento nuevo que es la presencia del analista.

No cabe duda de que otras lecturas podrían querer incluir en los elementos de esta transformación, por ejemplo, la organización de la propia institución, los cuidados recibidos por las enfermeras etc.

 Nosotros suponemos que el elemento decisivo de esta transformación es la introducción de la presencia del analista en el mundo del paciente. Qué es el analista? Cuál es la presencia efectiva de Rosine Lefort al lado de este paciente? Se trata de una mujer joven ya en proceso de análisis, y cuya extrema atención al más mínimo detalle da a pensar que está sostenida por una transferencia, no simplemente una transferencia hacía el paciente, sino una transferencia hacía el analista, incluso, dada la identidad de este analista, una transferencia hacia el psicoanálisis. Sin duda también, está dotada de una memoria y de una sensibilidad muy intensa.

Rosine busca la lógica de la estructura, atrapada en la particular historia del desamparo brutal de este pequeño de cuatro años y medio, en el abandono del Otro, que lo dejó sin el apoyo vital del deseo y del amor, ahogándose en el goce indecible de despiadadas intervenciones en su cuerpo enfermo y castigado. Rosine no busca el medicamento que lo apacigüe y lo haga callar, ni el “programa” que lo reeduque para que no moleste.
Se trata de una analista que aguanta, que no cede ante el estrago incomensurable que el Otro ha causado en este niño, que se enfrenta a la pulsión de muerte resistiendo a los ataques, a la agresividad del pequeño enloquecido.[9]


¡El lobo!- Rito propiciatorio


Solo sabía decir dos palabras: ¡Señora” y “El lobo”!. Repetía “el lobo”! todo el día, por lo que le puse el sobrenombre de el niño-lobo, pues tal era verdaderamente, la representación que tenía de si mismo y mediante el cual nombraba a su perseguidor.

Un día tal como el 6 de febrero, al finalizar la sesión con Robert y tras negarse a entrar en la guardería, se precipita al lugar en donde están guardados los orinales. Me dice imperiosamente y en estado de agitación: “pipi!” Coge un orinal, lo deja a mi lado. Hace que le quite el pañal y hace pipi sentado como una niña. Cuando ha terminado me enseña lo que ha hecho, me da el orinal que vuelvo a dejar en el suelo en el mismo sitio, sin vaciarlo en el retrete. Entonces mira aterrado el agujero del retrete, lo señala con el dedo al tiempo que grita: “¡lobo, lobo!” y quiere que vuelva a darle su orinal. Mete la mano en el para comprobar que el pipi sigue estando ahí, y se calma. Como eso ya no forma parte de la sesión, no le digo nada, y acepta volver a la guardería.

Más tarde, hacia la noche, oigo llorar frenéticamente a Roberto, que grita “¡mamá!”. Durante la noche, a causa de su peligrosa agresividad para con Maris, lo habían cambiado de habitación. Al verme, se agarra enseguida a mis rodillas, esconde la cara en mi bata y se calma casi enseguida. Me mira largamente, recoge un juguete y me lo alcanza sonriente, siempre apretado contra mí, mientras la enfermera, enfadadísima, me explica que no quiere saber nada de Roberto porque es peligroso para los pequeños. Entonces me lo llevo en brazos al otro lado del comedor comunitario. El se agarra frenéticamente a mi cuello. Lo confío a la celadora de noche. Entonces él arroja al suelo todo lo que encuentra mientas va gritando “¡lobo!”.[10]

La cuestión que se plantea Rosine es la irrupción de este significante “lobo”, de su estatuto y de sus efectos en Robert.

La irrupción, como se puede apreciar, no sucede en un instante cualquiera, sino en relación con su pipi, que ha de ser echado como desperdicio y con su propia deyección.
Por lo que a su estatuto se refiere, es un significante, y un significante nuevo, aparece como un significante puro y llega ante una situación de la que Robert nada puede decir, allí donde para él falta el significante: “lobo” como significante nuevo surge para colmar ese agujero en el significante.


Antes del “lobo”, Roberto era sólo un puro superyó cuyo soporte era el significante “señora”. Fue con un estridente “señora” con lo que me recibió el primer día que lo ví[11], señala Rosine. El mismo es ese “señora” cuando le toca vigilar o cuando reparte entre los demás niños los trozos de galleta que coge de mi bolsillo sin quedarse ninguno para sí, todo esto tomándome a mí como testigo, o también cuando responde que “si” a todo, incluso para decir no.

Pues bien, el grito que de él sale; ¡lobo!, ¡lobo! Viene a ser el equivalente del “señora”. Este es el efecto esencial de ese inicio de tratamiento, el de haber empujado a Robert hacia un significante nuevo. “Señora” mediante el tratamiento, dejó de ser un significante puro para convertirse en “una señora”, en la transferencia con el Otro.

 

Rito propiciatorio


Veremos como Rosine al concederle un lugar a su grito, irá captando los efectos desmesurados de los traumas que conseguirán expresarse hasta el momento en que el niño consiga, por primera vez, formular una demanda de cobijo.

Al comienzo del tratamiento se creía obligado a hacer caca en cada sesión, pensando que si me daba algo, me conservaba. Sólo podía hacerlo apretándose contra mí, sentándose en el orinal, teniendo con una mano mi guardapolvo, y con la otra un biberón o un lápiz. Comía antes, y sobretodo después. No leche, sino bombones y tortas.

La intensidad emocional evidenciaba un gran temor. La última de estas escenas aclaró la relación que para él existía entre la defecación y la destrucción por los cambios. A lo largo de esta escena había comenzado haciendo caca, sentado a mi lado. Después, con su caca al lado de él, hojeaba las páginas de un libro, volviéndolas. Luego oyó un ruido en el exterior. Loco de miedo salió, tomó su orinal, y lo colocó ante la puerta de la persona que acababa de entrar en la habitación vecina. Después volvió a la habitación donde yo estaba, y se pegó a la puerta gritando:¡El lobo!¡El lobo!

“Tuve la impresión de que era un rito propiciatorio”. Era incapaz de darme esa caca. En cierta medida, sabía que yo no lo exigía. Fue a ponerla fuera, sabía bien que iba a ser botada, o sea destruida. Le interpreté entonces su rito. Después fue a buscar el orinal, lo volvió a poner en la habitación a mi lado, lo tapó con un papel diciendo “a pu, a pu”, -ya no hay más, según la traducción de Il n’y en a plus-, como para no estar obligado a entregarla.
Comenzó entonces a ser agresivo conmigo, como si al darle permiso para poseerse a través de esa caca de la que podía disponer, yo le había dado la posibilidad de ser agresivo. Evidentemente, no pudiendo hasta entonces poseer, no tenía sentido de la agresividad, sino sólo de la autodestrucción, y esto cuando atacaba a los otros niños.

Un poco de arena cayó al suelo desencadenando en él un pánico inverosímil. Se vio obligado a recoger hasta la última pizca, como si fuese un pedazo de sí mismo, y aullaba: ¡El lobo!¡El lobo!".

Ayudarle a plantear su dificultad requiere una abnegación muy especial, una docilidad a la estructura que sólo se consigue cuando se ha renunciado a las pasiones yoicas, a todo narcisismo, a cualquier ideal terapéutico. A través de sus interpretaciones Rosine ofrece a Robert la humanización que sólo la palabra verdadera confiere a las necesidades más humildes, aquéllas en las que todos hemos sido formados.

"La leche es lo que se recibe. La caca es lo que se da, y su valor depende de la leche que se ha recibido. El pipí es agresivo." Día tras día Rosine sostiene a Robert, no le deja caer, le ofrece su permanencia, su presencia, aliviando la autodestrucción estragante y desoladora: "Debo tranquilizarlo con mis interpretaciones, hablarle del pasado que le obliga a ser agresivo, y asegurarle que esto no implica mi desaparición, ni su cambio de lugar, que siempre es tomado por él como un castigo.

Rosine trasmite el uso topológico que el niño puede hacer de las diferentes estancias en las sesiones. Destaquemos una, esencial, en la que el niño consigue encerrarla en un cuarto de baño y vuelve a la habitación en la que habitualmente se encuentran.
“… solo, subió a la cama vacía y se puso a gemir. No podía llamarme, y era preciso sin embargo que yo volviese, pues yo era la persona permanente. Volví. Roberto estaba extendido, patético, […] por primera vez, extendió sus brazos y se hizo consolar."

A partir de esta sesión, se percibió en la institución un cambio total de comportamiento, ya no habló más de él, desaparece el uso de la palabra ¡El lobo!. Lacan le otorga un carácter trascendental al calificarlo de médula de la palabra y sus observaciones conceden a una perspectiva muy precisa a ese enunciado: no se trata de un niño deficitario sino de un niño alucinado.

Miller señala que aquí empieza una serie totalmente sistemática y cuya lógica es apabullante, puesto que el objeto siguiente con el que Robert se va a encontrar es el agujero del váter, que él fue a buscar, que no estaba en la sala. A penas el dispositivo de tratamiento está en marcha que, después de este primer intento de mutilación, vamos a ver este menos declinarse en lo real.

Este encuentro buscado con un agujero real va a apelar en él al significante “lobo”. En efecto, podemos estar de acuerdo con la formulación de Rosine y Robert Lefort según la cual se trata del “representante real de otro agujero, aquel en lo simbólico”. Hay que entender la frase en su paradoja. O  también la fórmula “el agujero real del váter es lo que corresponde en lo real a - φ”.[12]

Esta es la matriz del tratamiento, señala Miller, del caso Robert, a saber, que vemos al sujeto, a partir de este esfuerzo de castración real, intentar encarnar, en lo real, este menos que parece obedecer en él a una necesidad absolutamente infalible.

Auto-bautismo


Como señalaba anteriormente, desaparece el uso de la palabra ¡El lobo! El lobo!  Y es en torno a este pivote del lenguaje donde se produce un giro en el tratamiento.

Comenzó un periodo tomando un cubo de agua cuya asa era una cuerda (…). Volcó el contenido del agua, se desnudó totalmente (…) y todo culminó en dos escenas capitales, actuadas con un recogimiento extraordinario, y una plenitud asombrosa, dado su edad y su estado.

En la primera escena, Robert, desnudo frente a mi, recoge con sus dos manos unidas agua, la eleva a la altura de sus hombros y la hace correr a lo largo de su cuerpo. Recomienza de este modo varias veces y me dice entonces, muy bajito: Roberto, Roberto.[13]

A este bautismo por el agua, le siguió un bautismo por la leche (…) después tomo su vaso de leche y lo bebió. Luego repuso la tetina, y comenzó a hacer correr la leche del biberón a lo largo de su cuerpo, haciendo correr la leche sobre su pecho, su vientre y a lo largo de su pene con un intenso sentimiento de placer (...) volviendo a la misma escena que  había jugado con el agua.

Como se puede apreciar, se trata de una elaboración completamente extraordinaria que culmina en este conmovedor auto-bautismo gracias al efecto benéfico de la transferencia, la leche adquirió una significación positiva y él puedo pronunciar su nombre, bajito, mientras palpaba su cuerpo del que comenzaba a apropiarse, aferrándose, por fin, a la vida.

BIBLIOGRAFIA LEFORT:



Rosine y Robert Lefort, Nacimiento del Otro. Paidós: Buenos Aires, 1983.
Rosine y Robert Lefort, Maryse se hace una niña. Barcelona: Paidós 1996
Rosine et Robert Lefort, Les structures de la psychose. París: Seuil. 1998.
              Rosine et Robert Lefort, La distinction de l´autisme. París: Seuil. 2003.



















































[1] Laurent,E. “En homenaje a Robert y Rosine Lefort”. Diario Argentino. 3/6/2007.p.12.
[2] Vicens, A. “Siguiendo los trazos de una transmisión”. http://bit.ly/SGP2dU.
[3] Lefort, R. El camino sobre la cresta de la duna. Freudiana 65.2012. pp.31-38.
[4] Op.cit., p.34
[5] Miller,J.A., “La matriz del tratamiento del niño del lobo”. Freudiana 65, 2012., pp.39-52.
[6] Lacan,J. “¡EL LOBO! EL LOBO!”.Los Escritos Técnicos de Freud.Seminario I. Paidós.1981.Barcelona.
[7] Lacan,J. “¡EL LOBO! EL LOBO!”.Los Escritos Técnicos de Freud.Seminario I. Paidós.1981.Barcelona. p.147.
[8] Miller,J.A., “La matriz del tratamiento del niño del lobo”. Freudiana 65, 2012., p.45.
[9] Cocoz V. “La logique de la structura”. L’Avenir de L’Autisme. Navarín.2010. Paris.
[10] Lefort R. “El niño del Lobo (1)”Señora”; “El lobo”. Clínica bajo transferencia. Navarín.1984.Buenos Aires.

[11] Op. Cit., p.48.
[12] Miller,J.A., “La matriz del tratamiento del niño del lobo”. Freudiana 65, 2012. p.49.
[13] Lacan,J. “¡EL LOBO! EL LOBO!”.Los Escritos Técnicos de Freud.Seminario I. Paidós.1981.Barcelona. p.154.